Esta asesina que encanta
y sueña con su dinero,
que muere con el acero
incrustado en la garganta
el magín me solivianta
y la razón no es trivial:
ni el contoneo juncal,
ni ser chata iconoclasta;
para gustarme le basta
el aleteo nasal.
El honor de los Prizzi, John Houston (1985)
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