Sylva Koscina

A quien mejor lució túnica

entre el frufrú y el desgano

en las pelis de romanos

en tiempos de guerras púnicas,

a la que Italia hizo única

corriendo por las callejas

con las curvas en madeja

(lo contrario de una esfinge)

y alterando mis meninges,

mi memoria la festeja.

("Sabela", Dino Risi, 1957)

Ann Baxter

Jane Fonda, para un debate,

Capucine y sus perfiles

dispuesta para un desfile

sin que Stanwick se delate,

ni el chico, yo, se percate

del bollo, ni de otra cosa

que de Baxter deseosa,

que pide desde su bar

algo parecido a amar.

¡Eva, esa poquita cosa!

("La gata negra", Edward Dmytryk, 1962)

Alida Valli

La actriz de sonrisa esquiva

que prefiere al Orson Welles

de conducta delictiva,

antes que a Cotten, Joseph,

fue diva antes que las divas

y su tez de blando acero

enmarcada en un sombrero

en el corazón de Europa,

ve una Viena a quemarropa

de lóbregos sumideros.

("El tercer hombre", Carol Reed, 1949)

Olivia de Havilland

Ay, Havilland, ¿qué decir

de tu papel femenino

de esposa de lechuguino,

guapa de corte monjil,

frente al arte de vivir

y también darte la lata

de "Señoritaescarlata"?

¡Hasta Joan, de dulce mueca,

te arrebató la rebeca,

mas no a Errol Flynn, el pirata.

("El capitán Blood", Michael Curtiz, 1935)

Marlene Dietrich (II)

Cuando Dietrich sobrevive

a las ruinas de la historia

algo acude a su memoria

para que a tí te cautive

antes que llegue el declive,

la condena del desdén,

o el olvido de un edén

esquivo e inexistente,

esa ronquera indolente

cantando "Lilí", Marlene.

("Berlin- Occidente", Billy Wilder, 1948)

Merle Oberon

Si al "toque Lubitsch" le sumas

tu boquita de piñón

y buscas el achuchón

fuera de un hogar que abruma,

permítime que presuma,

cual rendido admirador,

de percibir tu candor,

no muy ajeno a la ironía

que traspasó geografías

y al bolígrafo censor.

"Lo que piensan las mujeres", Ernest Lubitsch, 1941

Barbara Stanwick

Ves feminismo en los brazos

de ágiles manoteos,
o en sus andares ligeros,
de mala o en traje de raso
o en el telefilm peñazo,
con Billy Wilder o Hawks,
de canónica madame
en pelis de gatas negras
y su presencia te alegra,

eso sí, nada carnal.

("Perdición", de Billy Wilder, 1944)

Anna Magnani

No cabe más heroína

que en "Roma, città aperta",

ni quién más angustia vierta

en la pasión femenina

cuando "L'amore" se arruina,

lo inevitable se acerca,

la frialdad sigue terca

y el telefonino suple

con un monólogo en bucle

una presencia sin vuelta.

(L'amore", Roberto Rosellini, 1948)

Ida Lupino

Fue de mala por amor

mientras Nueva York duerme

y de mujercita inerme

que dió a un bígamo su ardor,

retratando el amargor,

el malestar más cercano

de ese sueño americano

que en  Hollywood no hace al caso

y siempre mostró el fracaso

en cada uno de sus planos.

("The bigamist", Ida Lupino, 1953

"Mientras Nueva York duerme",

Fritz Lang, 1956)

Audrey Hepburn

(En la muerte de Givenchy)

Audrey, vestida por tí
rebajaba expectativas
de aquellas rotundas divas
con las que en el cine ardí,
pero les juro que ví
"Desayuno con diamantes"
y las estrellas de antes
ante el río de la luna
dejaron el sitio a una
para este verso galante.

("Desayuno con diamantes", Blake Edwards, 1961)

Debbie Reynolds

Mis lágrimas como lluvia
a la Reynolds del ayer,
mas debo reconocer
cantando bajo la lluvia
que la Jean Hagen, la rubia
y Cyd Charisse, la morena
con las piernas como antenas,
captaron más la atención
en el oculto rincón
que la memoria almacena.

Cantando bajo la lluvia, Stanley Donen, Gene Kelly (1952)

El michelín de Marilyn

Michelín del Happy birthday,
barriga bien a la vista
de "El príncipe y la corista",
gran culo en el guirigay
con Lemmon haciendo el gay,
vaquero de amplio contorno
en el "Río sin retorno"...
Si Marilyn es perfecta,
que esté gorda no le afecta,
al contrario, es un adorno.

("El príncipe y la corista", Laurence Olivier, 1957)

Mickey y Ava

El bajito espabilado,
el japonés delirante
en el Breakfast con diamantes,
será por siempre admirado
con o sin Garland al lado,
pero la envidia cochina
de la etnia masculina
viene de cierto detalle,
ya que cogió por el talle
a la Ava Gardner divina.

Elizabeth Taylor

Entrabas a ver La gata
sobre el tejado de zinc
y llega la peli al FIN
con Newman vistiendo bata
trasegando un buen cubata
y hablando demasiado,
y de mágico cruzado
la Taylor en plan tia buena
perorando por la escena
sin que Paul se haya coscado.

La gata sobre el tejado de zinc caliente, Richard Brooks (1958)

Nicole Kidman

Bella con alevosía,
abstracción de celuloide,
perfección de lo zooide,
aunque mientas, Kidman mía,
con tu atenta cirugía,
mi gran pasión no se empaña,
ni tu estampa desengaña,
ni mi admiración expira,
que el cinema es de mentira
y allá cada cual se apaña.

Eyes wide shut, Stanley Kubrick (1999)

Sara Montiel

Vuelves a ver Veracruz,
ves El Último cuplé
y, amigo mío, te diré
que Sara tiene una luz,
una presencia y un plus
que en tiempos de la autarquía
el público agradecía,
y luego en La violetera
estaba la puñetera
más hermosa todavía.
(De lo posterior venido,
al regazo del olvido.)

 Veracruz, Robert Aldrich (1954)

Romy Schneider

A medida que la edad
 le atristaba la sonrisa,
 el joven se daba prisa
en gastar su mocedad
captando la turbiedad
de la inocencia perdida,
la mirada enfebrecida,
la incomprensible pasión
por el guapazo Delon
 y la pronta despedida.

Una mujer en la ventana, Pierre Granier-Deferre (1976)

Elsa Martinelli

Gusta al dumbo jovencito,
 al fiero rinoceronte,
 a John Wayne, el mastodonte,
 a leones y monitos
 y al joven españolito
 que delante de estas trenzas
 nota lujuria propensa,
 carraspea, tiembla y calla,
 y mirando la pantalla
recibe la recompensa.

 ¡Hatari!, Howard Hawks (1962)

Ingrid Bergman

Esta walkiria modosa
que ilumina el bar de Rick
con su inverosímil chic,
espléndidamente sosa,
al cinéfilo le endosa
la duda hollywoodiana,
¿sigue la vía partisana
 al lado del héroe recto,
 o le van más los defectos
 de aquél Bogart guadiana?

 Casablanca, Michael Curtiz (1942)

Kathleen Turner

Esta asesina que encanta
 y sueña con su dinero,
que muere con el acero
 incrustado en la garganta
 el magín me solivianta
 y la razón no es trivial:
 ni el contoneo juncal,
 ni ser chata iconoclasta;
 para gustarme le basta
 el aleteo nasal.

 El honor de los Prizzi, John Houston (1985)